Soy
Su celular, noventa
y cinco pesos en cambio, lo puesto, las manos ensangrentadas, el cuerpo molido
a golpes y su rostro desfigurado por la violencia familiar, es con todo lo que
cuenta Fernando mientras busca aturdido soluciones milagrosas. Está parado en
la Mendoza y Rivadavia justo debajo del cartel azul. Son las 22:48. Se cansó de
correr sin destino, vagar sin rumbo por una ciudad avasallante es lo máximo que
puede hacer. Las calles aún están atestadas pero nadie se detiene a observar su
deprimente realidad: y los que lo ven, lo escanean con asco y miedo. Todo se
vuelve tenebroso, imposible.
Respira, se ahoga
con la sangre y la saliva, y ve hacia atrás para confirmar que no lo sigue. Su
mente puede escapar con facilidad cuando cierra los ojos y regresa a los meses
anteriores en un lapsus necesario: la primera vez que lo vio se preguntó <<¿yo
seré así por detrás? Que pequeño.>> antes de saludarlo, y dejarlo entrar
en él. Luego supo que sí, que era tan pequeño de espaldas. Se conocieron, se
rieron, se pelearon, se ignoraron, se buscaron, se reconciliaron, se besaron,
se amaron y fueron felices. Nada de otra galaxia. Dos hombres, dos seres
humanos que vivieron un amor de niñitos inocentes sin pensar en qué vendrá.
Porque los amantes solo conocen el presente, este instante, aquí y ahora;
tienen el valor de los inmortales. Siempre estuvieron solos, porque nadie los vio
y nadie lo supo, pero Fernando y Mateo existieron. Una historia como miles,
entre sombras y cómplices que ocultan a los jueces ineptos y macabros la pasión
de una vida. Pero no hay donde correr, y el grito pide salir: para que sea
completo deben estar todos, todos tienen que mirar y que nada pase. Dos contra
un mundo. Y así sin más, una noche como cualquier otra sus padres los vieron
besándose en una plaza alejada, cruel destino. Lo esperaron pacientes en casa y
le demostraron lo mucho que lo amaban y que querían lo mejor para él: ser bien
machito, formar una familia normal y engendrar nietos.
Resuelve ir a lo de
un amigo en San Lorenzo y Chacabuco. Un adolescente destrozado, vencido por su
hogar y nadie muestra señales de ofrecerle su ayuda. Egoístas y mezquinos. Cada
segundo está más solo. Toca el timbre, se abre la puerta, se abrazan en
silencio, entra. Pide la ducha. Tira las ropas por el suelo y el agua comienza
a caer. Se restriega el cuerpo disminuido con suavidad y despacito, duele hasta
la última milésima de piel. Y por adentro ya está muerto. Pero comprende luego
que es una parte, no la totalidad. Sale, toalla y deposita lo que sobrevivió en
la cama con fatiga. Intenta dormir pero no puede, las imágenes le sujetan la
vigilia: padre atacando, madre llorando, hermanito encerrado mientras escucha
música fuerte. Golpes que no queman por la carne, sino por el rencor. Lágrimas
que no son de impotencia ante la sangre de su hijo que ya va manchando el piso,
son porque perdió su hijo. Y un rehén de culpas que no son suyas, que tuvo que
soportar su propio desprecio por designios de una sociedad con telarañas en el
cráneo, debe resistir más y más. La fuga. Casi lo mata. Pero Mateo tampoco está
con él, no quiere problemas. No lo ama a decir verdad, es simplemente otra
persona vacía que se aprovechó de un buen corazón. Ahora hay que descansar.
Despierta y renace,
entiende que ha vuelto a nacer y las cosas están más claras que nunca. Es otra
persona y tiene otra vida, una nueva que recién comienza, con honestidad y más
valor, con certeza de saber quién es y con la firmeza que le da haber sufrido
tantas caídas y haberse levantado. Pide ropa, agradece con vergüenza y promete
devolver lo antes posible. Sale. Sale a construir su imperio. Ya no está solo:
cuenta con él mismo, que no es poco. Es el protagonista de su novela y nadie le
quitará ese papel. Si lo puede imaginar, no hay nada que lo pueda vencer. Cree en
él y mira con ojos impávidos el futuro glorioso que lo espera. Es un amanecer
precioso. El sol es testigo de su victoria primera. Es más que confesión o
superación, es evolución.
Hermoso micro, me conmovió absolutamente. Lo mejor que tenemos todos, a uno mismo...
ResponderEliminarEl poder y la fuerza que dan las caidas y las ganas de superación dando el primer paso, el gran paso, el de reconocerse absolutamente único y dueño de su propio destino.
Felicitaciones y saludos, me encantó!